viernes, 4 de junio de 2010

Ni mesías ni lluvia

Pásalo por Facebook La paciencia en sus manos estaba, en sus uñas, en sus huellas. Él se trajo la sonrisa guindando del cuello, imborrable e inevitable. La paciencia la traía en sus pasos, preocupados rastros que maldecían la brisa clandestina que callaba y borraba lo imborrable e inevitable.
Torpe el pequeño que venía recogiendo esos recuerdos solitarios. Conversando con su sombra, y mirando a sus manos vacías. No eran tan pacientes pero si capases de abusar del orden de sus cabellos oxidados por el sol y la brisa. Porque se había quedado en sus tímpanos los susurros de sus pasos. El relato ausente de aquel hombre con manos pacientes y pasos distantes ya parecía haber menguado la fantasía al tener la presencia de él. Como una madera tierna al toque asolador del roció madrugador. El mocoso se atrevió a preguntarle porque la causa de la lluvia. El caminante sin vacilar le dijo que cuando lo tapa una nube, se pone a llorar el sol. Al escuchar esto sus tempranos pies se hundieron más en la arena pisada. Vacían seguían sus manos, las mismas que despeinan, abusan y despiden.
Es más corta la distancia cuando se resigna a llorar con el sol, y más triste el camino en un piso seco de gotas. Sin embargo con unas sandalias empapadas de lágrimas y sudor. Se refresca la desesperanza de unas manos vacías.
El caminante se volvió canino, su sonrisa jimia y babeaba nefastas bocanadas de saliva. Sus pisadas ya multiplicadas; dieron media vuelta y se apresuraban hasta próximos ríos donde precozmente podían bañarse en refrescantes torrentes de esperanzas falsas. El niño callo en cuenta de que las respuestas a sus dudas eran como ese perro endiablado. Ni un rumbo ni un destino fijo, así segadas por la sed de una verdad refrescante.

Ricardo

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