martes, 31 de agosto de 2010

Clamor del pata en el suelo

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La tierra deja un embrujo en aquellos que se aferran a su tibieza, a su embrujo húmedo. Los que besamos gotas de sal y proclamamos un grito estridente y desesperao’ ante su divino torrente de su eterno divagar, talvez dejen ensamblar aquellas huellas mansas siempre en sus adentros.

A mí, la tierra me ha enseñado lo que me falta por sobrarme que me sobra al faltar y lo que me irradia temor detrás de cada madero caído en los caminos recorridos que más nunca he de pasar. Qué bueno es saber que soy prolongación de aquel madero que por alguna lindura talvez de sus raíces yo vuelva algún día nacer, tan vivo como retoño palpitante.

Que culpa tiene el pata en el suelo de su canto triste, si fue el quien deposito su confianza, como puede saber la esperanza si es grande o pequeñita. Si el que sabe a dónde llega el sol no lo tapa ni lo cobija una palmera llena de cocos dulces y secos.

Yo así me largo a caminar a veces, dejando atrás a los que se largaron por hacer el rato. Sé cómo esperar mucho y poco, por una senda larga que me hace darle poca importancia al zapato por más que duela el andar. Cada hombre sabe bastante de lo poco que aprendió y no vale lo mucho que alguna vez dio sino lo que ha de dar. Lo ha de llorar la madre que lo pario, y más cuando el sudor reseco su frente dolida de trabajo y sol. Cuando su pescuezo se estrechó al tragar un pan reseco, la historia quizás prefirió más el olvido a sus recuerdos y el por no atreverse a hacer cosas tremendas, recurre a antiguas formas de arrecostarse pa’ no caerse a veces a asabiendas y sin saber otras veces; y así yo reconozco a todo lo que le temo. Mi superstición me hace mirar pa’ arriba, a un callejón de edificios que me encierran y me cocinan con un sol que poco me pega y mucho se esconde. Se tapa el horizonte con una palmada de “progreso” y el modernismo se tatúa en el cerebro que grita como un tarro de frijoles que nunca más verán su llanura lisa donde nada se les esconde. Es por eso que mi canto es corto y repetitivo. Rebota en las paredes de mármol y cemento de una gorda ciudad, mi carne ya es gris y pálida como el plumaje clamante y toxico de las palomas cosmopolitas.

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